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sábado, 2 de agosto de 2014

PARA UN FUTURO PROMETEDOR, CUENTA A TU HIJO HISTORIAS REALES EN FÁBULAS DIVERTIDAS. SIEMPRE SE APRENDE DE AQUELLO QUE DESPIERTA NUESTRO INTERÉS...


MÍA Y DARE...
Había una vez una selva amazónica en la que vivían los animales más peculiares del planeta Tierra.Todos los animales estaban felices. Cada día se levantaban a jugar y recolectar comida para alimentarse y alimentar a sus familias. Algunos animales incluso tenían empleos de colaboración con los vecinos.

De entre todos los animales de la selva, destacaba aquel loro encantador, apuesto, amable y divertido…Aquel loro no tenía prohibiciones de ningún tipo porque ya era mayor y, aunque aún vivía con sus padres, ellos ya habían dejado que viviera de forma libre, siempre que se buscara su comida, defendiera su empleo y regresara al nido familiar cada noche.

El loro vivía con sus padres y sus hermanos en un nido enorme, al que tuvieron que trasladarse hacía algunos años porque el anterior ya se les quedaba pequeño. ¡Eran seis en la familia!Aquella zona de la selva era muy confortable y tenía muchos lugares de recreo en los que podía jugar.

Cada día, el apuesto loro iba a su empleo y lo desarrollaba con empeño y alegría, pues aunque era un oficio duro, sabía que también era uno de los empleos más importantes de la selva. No todo el mundo podía desempeñarlo.Su trabajo consistía en volar, sí sí, en volar para ayudar a los demás.

En aquella selva, no todos sus habitantes podían acceder a la comida con facilidad. Algunos animales terrestres no podían trepar por los árboles para alcanzar frutos de calidad…tan solo llegaban a las ramas más próximas al suelo y, en esa zona, la comida era algo escasa.El loro se encargaba de subir a las copas de los árboles más altos con sus grandes y fuertes alas y bajar los frutos a sus amigos…

Los árboles, por su parte, lo querían mucho, pues él descargaba sus copas y ramas y los liberaba del exceso de peso.

El apuesto trabajador era conocido en toda la zona y los habitantes de la selva lo invitaban a muchas fiestas, donde las chicas en edad fértil, no perdían la ocasión para coquetear con él.Pero él tenía la cabeza en otra parte. Él quería disfrutar de las fiestas de la selva con todos sus amigos y, así lo hacía cada día libre que tenía. Al día siguiente, amanecía un poco agotado y con dolor de tripa, pues en estas fiestas se atiborraban de frutas salvajes y, a veces bebían cócteles de zumo de frutas un poco pesados de digerir.

No muy lejos de allí, un poco más al norte, vivía una joven ninfa junto a sus padres y hermanas. La ninfa aún estaba en edad estudiantil y, aunque era muy joven, sus padres la tenían muy bien enseñada a ayudar en las tareas del nido y ayudar a su madre y hermanas en cualquier oficio.La ninfa iba cada mañana al colegio y, cuando volvía, hacía sus deberes y salía a jugar con sus amigos a la selva. 


Algunos días, la ninfa ayudaba a sus polluelos vecinos a hacer los deberes del cole y también iba al nido de su vecina una o dos veces por semana para ayudarla con las tareas del hogar, pues la pobre tenía muchos polluelos y no tenía tiempo de arreglar el nido, que de vez en cuando se rompía…

En el fin de semana la ninfa aprovechaba para estar con sus amigas en el parque y, de vez en cuando, iban a alguna fiesta con amigos, siempre con el permiso de sus padres.

La ninfa y el loro habían coincidido en alguna ocasión, se habían cruzado por la zona y ambos habían cruzado varias miradas, hasta que un día el apuesto loro se atrevió a escribirle por fin una carta a la ninfa:

¡Hola Mía! ¿Qué tal? Te he estado observando últimamente y… la verdad es que, bueno… no sé si sabes quién soy y… me gustaría mucho que saliéramos un día y… tomáramos algo, si te apetece…

El loro le dio esta carta a una paloma mensajera que hizo que el mensaje llegara a las alas de la ninfa. La ninfa se quedó sorprendida y feliz, muy feliz porque, aunque el remitente no se había identificado y ella no estaba segura de quién había sido, tenía la sospecha y la esperanza de que fuera el apuesto loro.Estaba casi segura, pues ella sabía de sobra que una mirada vale más que mil palabras y, esos cruces de miradas que se producían entre ellos, debían de significa r algo… Así que ella le respondió al mensaje:

¡Hola!, aún no me has dicho quién eres, ¿eres Dare, el loro? Bueno quiero decirte que sí, que podemos quedar un día y tomar algo, que me apetece mucho.
Ambos estuvieron enviándose mensajes con ayuda de la paloma durante semanas, pues Dare en aquel momento no estaba en la zona, se había tenido que marchar un tiempo a ayudar a otros habitantes de la selva, pues le habían comunicado que necesitaban su ayuda.

Después de un mes de mariposas en el estómago, chiribitas en los ojos, sonrisas de enamorados y emociones nunca antes experimentadas, por fin llegó el gran día, ambos pudieron quedar y salir a tomar algo.

Desde aquel esperado día, ambos fueron uña y carne, comenzaron a hacer planes de futuro juntos y a vivir nuevas experiencias. Se reían mucho juntos y se divertían muchísimo. Viajaron a otros lugares en los que Mía no había estado nunca, pues ella nunca había salido de su nido, salvo para volar en su zona de la selva.También ella le enseñó cosas que él no sabía, pues había estado muy ocupado en su empleo y no había tenido tiempo de leer tanto como ella.

Ambos se dieron cuenta de que se complementaban muy bien y, después de un tiempo, decidieron que querían compartir el mismo nido y ambos comenzaron a construirlo.

Seis años después de conocerse, marcharon a su nido común y, aunque de vez en cuando, las nubes, los truenos y la lluvia invadían el nido, ambos supieron cómo protegerse para que jamás se viniera abajo y poder seguir viviendo unidos.

Ocho años después de aquel día en que el loro y la ninfa por fin salieran por primera vez…Continuará…